Las diferentes perspectivas y puntos de vista que tenían algunos Cardenales y Obispos presentes en el Concilio Vaticano II, hicieron ver al Papa Juan Pablo XXIII la dispersión de mensajes, ya que cada uno de ellos venia de una realidad distinta, por eso el Papa, para mantener un estrecho contacto con toda la Iglesia Universal, vio por conveniente crear una asamblea para unificar ideas en bien de la humanidad. Pero pronto le llego la muerte a Juan XXIII y su sucesor Pablo VI no fue ajeno a esta preocupación y creo el Sínodo de los Obispos como institución permanente el 15 de setiembre de 1965, en respuesta a los deseos de los Padres del Concilio Vaticano II para mantener vivo el espíritu de colegialidad nacido de la experiencia conciliar.
Estas asambleas constituidas por Obispos escogidos de las distintas regiones del mundo, se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar una unión más estrecha entre ellos y el Romano Pontífice, apoyándose con sus consejos en materias de fe, costumbres y de disciplina eclesiástica, estudiando los problemas que se refieren a la actividad de la Iglesia en el mundo.
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